lunes, 29 de diciembre de 2014

LA TIERRA NO PERTENECE AL HOMBRE

1855, el Jefe Seattle, de la tribu Suwamishu, envió este texto al presidente de los EE.UU., en contestación a la propuesta de Washington de comprarle los territorios del Noroeste. Es la declaración más profunda y hermosa que jamás se ha hecho sobre el medio ambiente. ¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor de la tierra? Esa idea nos resulta extraña. Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podréis comprarlos? Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada gota de rocío y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden su paseo entre las estrellas; en cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; estos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia. El Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, dice que nos reservara un lugar en el que podamos vivir confortablemente. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Eso no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros. Si os vendemos nuestras tierras debéis recordar que es sagrada y a la vez debéis enseñar a vuestros hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita La tierra no es su hermana, sino su enemiga. Le secuestra la tierra a sus hijos. Tratan a su madre, la tierra, y a su hermano el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden. No se porque pero nuestro modo de vida es diferente al vuestro. La sola vista de vuestras ciudades apena los ojos del piel roja. Quizá sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, el ruido solo parece insultar nuestros oídos. El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya que todos comparten un mismo aliento, la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira. Pero si vendemos nuestra tierra debe recordar que el aire no es estimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. Y si os vendemos nuestras tierras, debéis conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde se pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas. Si decidimos aceptarla yo pondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiro por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una maquina humeante puede importar mas que el búfalo, al que nosotros matamos solo para sobrevivir. ¿Que seria del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; porque lo que le suceda a los animales también le sucederá al hombre. Debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Enseñad a vuestros hijos como nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos. La tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Todo va enlazado como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. El hombre no tejió la trama de la vida; el es solo un hilo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con el de amigo a amigo, queda exento del destino común. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Puede pensar ahora que El le pertenece, pero no es así, El es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para EL y si se daña se provocara la ira del Creador. Pero vosotros caminareis hacia vuestra destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que, por algún designio especial, les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos porque se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes. ¿Donde esta el matorral? Destruido. ¿Donde esta el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.

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