lunes, 29 de diciembre de 2014

TERROR EN LA SIERRA

Nunca pase un susto más grande que aquella vez en las sierras de Córdoba (Argentina). Realmente no es mi costumbre relatar cuentos de terror, pero una historia como esta merece ser contada, para que no vuelva a ocurrir algo similar. Era de noche, con mi mochila al hombro venia marchando desde temprano, y casi sin darme cuenta, las sombras de la noche se habían cerrado sobre mí, al mismo tiempo que un viento frió hacia presagiar una de esas noches que no hacen nada agradable dormir a la intemperie. Habiéndome propuesto llegar a un refugio en la montaña, un buen fuego y una cama calentita apreté el paso y hasta entone algunas estrofas de blanca senda. Pero una horas mas tarde, cerca de la medianoche, mi cansancio me hacia ver peligrosas sombras que parecían querer atacarme. Los ruidos de la sierra, que el viento magnificaba, me hacían pensar en la existencia de animales peligrosos, que mi lógica no los lograba alejar... En un cruce, cuando más desesperado me encontraba, una sombra que silenciosamente me rodeaba, una sombra que silenciosamente vi avanzar por un caminito lateral me pareció mi salvación: un enorme automóvil negro tomo el camino hacia el refugio donde yo quería dirigirme. No lo pensé un instante, sacando fuerzas de la desesperación corrí el trecho que nos separaba y sin esperar ninguna invitación, me subí al asiento trasero... Pero ¡¡¡¡horror!!!!... ante mi incredulidad y desesperación nadie manejaba el auto. No estaba todavía repuesto de esta sorpresa, cuando comencé a sentir lo que se me ocurrió era un rugido de una bestia salvaje. Más aun, gritos que parecían, proferidos por alguna de esas pobres almas que residen eternamente en el infierno, se escuchaban a mis espaldas. En eso, vi que el camino se acercaba a un precipicio, la lenta marcha del vehículo no cesaba y la caída hacia él vació parecía inevitable, cuando una enorme mano peluda, saliendo de la nada, tomo el volante y girándolo doblo la curva. Esto fue demasiado para mis pobres nervios, sin saber todavía de donde saque la fuerza, salte del coche y corrí despavorido los pocos kilómetros que me separaban del refugio. En mi terror creía escuchar a mis espaldas los gritos de una bestia del averno que me perseguía. Llegue al refugio y ni me acorde de los placeres que pensaba encontrar, tirado con mi bolsa de dormir en un rincón, pase la peor noche de mi vida, dando constantemente gracias al cielo por haberme protegido de los tremendos peligros corridos. A la mañana siguiente, ojeroso, pero más tranquilo, respirando el vivificante aire de la sierra, me acerque a un grupo de turistas que estaban conversando en la puerta del refugio, a fin de preguntarles dónde desayunar. Pero de pronto, ante mi espanto, vi que en realidad sus cuerpos me ocultaban un vehículo enorme y negro, el mismo que anoche anterior se me imagino la carroza del maligno. Ante mi grito desesperado, tartamudeando que este coche estaba maldito, la reacción de uno de los turistas me lleno de confusión y bochorno. Era un hombre grande, que amarrándome del cogote me sacudió por el aire mientras me decía: “Te agarre desgraciado, vos eras el que te colaste en el auto anoche mientras nosotros empujábamos por falta de mafta”. La verdad, nunca pase más susto que aquella vez en las sierras de Córdoba...

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